Arturo Hernández Tovar
A los sesenta días de que el gobernador Carlos Torres Manzo había tomado posesión de su cargo, pero de que no se conocía su aparición pública, el director fundador de La Voz de Michoacán, conocido ya como Don José Tocavén, publicó un artículo denominado Marginal, en la primera plana del diario, que era el más importante del estado; y, partió a La Mira, en la Costa de Michoacán, donde tenía casa.
En la víspera nos reunió al equipo de redacción y a trabajadores de otras áreas para consultarnos si estaríamos de acuerdo en la publicación de ese artículo, que nos leyó, pues en ello, dijo, nos iría la suerte a todos, por las reacciones que seguramente tendría. Estaría incluso que se tuviese que cerrar el periódico.
Mas nos advirtió que él estaba dispuesto a ello, pues ya antes -años atrás- habían baleado el taller del diario; y allí, él resistió y también contestó, según me lo dijo quien fue su chofer.
Las opiniones nuestras fueron de unánime respaldo y al día siguiente se publicó el que se hiciera famoso Marginal.
Al mismo tiempo él se encaminó a su casa de La Mira, distante entonces a siete horas de Morelia, por la carretera antigua.
Ese Marginal consignaba los comentarios que los políticos, empresarios, comerciantes, profesionistas, universitarios, trabajadores y, en fin, el común de la gente hacía respecto de esa prolongada e inexplicada ausencia del nuevo gobernante, elucubrando, entre otras posibilidades, si Torres Manzo se la pasaba en España -de allá era su esposa-, atendiendo negocios vitivinícolas o, sencillamente en la capital del país con su círculo político, renuente a venirse a Michoacán porque le parecía poca cosa, comparado el cargo que tenía como Secretario de Estado -de Economía- con el de gobernador.
Tan pronto como esa bomba periodística explotó, el licenciado (también en Economía) Ausencio Chávez Hernández, que era el Secretario de Gobierno, le llamó por radio al señor Tocavén, pues no había teléfono en La Mira en ese tiempo. (Ese aparato funcionaba con antena aérea y una enorme batería. Había que hablar a gritos porque la voz se ondulaba y se escuchaba en eco rebotante).
Escuché la salutación:
- ¿Cómo estás Pepe? ¡Qué gusto saludarte!
-Bien, acá cuidando mi salud por indicaciones del médico.
Luego vino el asunto de la llamada:
– Te llamo porque el señor quiere hablar contigo -le dijo el licenciado Ausencio-.
Topó el Secretario de Gobierno con la primera mofa del director de La Voz de Michoacán:
– ¡Cómo!… El Señor está en el Cielo, según se dice…
El funcionario recompuso:
-No, Pepe… El señor gobernador Torres Manzo quiere hablar contigo, si estás de acuerdo.
Lo áspero de la respuesta se hizo escuchar:
-Pues yo estoy acá por indicación del médico, y no voy a exponer mi salud sólo por ir a saludar al gobernador, que además ni está en Michoacán.
-Si estás de acuerdo, el señor gobernador va para allá –abogó el funcionario-
-Pues yo aquí estaré, porque así me lo ha indicado el doctor. No voy a ir a exponer mi salud por saludar al gobernador, quien además debe estar muy ocupado en sus asuntos particulares…
– Yo te llamaré, Pepe. Que te mejores- fue la despedida de quien por cierto así inició toda una serie de ejercicios de gobernador en los hechos, que se prolongaron por cuatro veces mediante las figuras del interinismo hasta llegar a la sustitutez como autointerino.
Hubo una siguiente llamada para concretar el encuentro.
Cerca de la hora fijada, don José se enfundó en un abrigo café, boina de piel de oso traída de Rusia como regalo del padre José Zavala Paz (un cura “rojillo” que era su amigo). Se echó dos puros habanos a la bolsa y su ya inseparable pistola que le había obsequiado el general Marcelino García Barragán, Secretario de la Defensa Nacional. (Esa, por cierto, sería el arma con la que se quitaría la vida el 18 de noviembre de 1979).
Me pidió que le acompañara a ese encuentro y que no me separara de él, inclusive en el momento en que seguramente ocurriría la reunión privada con el gobernador Carlos Torres Manzo.
No lo noté nervioso, pero sí decidido.
Torres Manzo arribó en un avión aerocomanderal aeropuerto de La Orilla, cerca de Ciudad Lázaro Cárdenas, acompañado del también gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa, quien supuestamente acababa de ser liberado de su secuestro por grupos guerrilleros.
Desde que bajó del avión, Figueroa saludó con fanfarronerías:
-No puedo caminar, Pepe; siento que algo me pesa aquí entre las piernas; y pesa tanto que tengo que andar encorvado-. Y dio unos pasos, efectivamente agachado.
Como Don José Tocavén no contestó, el guerrerense volvió a insistir:
-Te digo, Pepe, que algo me pesa y casi arrastro…
Entonces el director de La Voz de Michoacán, invitado por el gobernador entrante Torres Manzo, le reviró:
-Ha de ser porque algunos dicen que estuvieron secuestrados; pero en realidad estaban debajo de la cama, y por eso se tulleron.
El gobernador Torres Manzo se sintió en un aprieto y quizá arrepentido de haber invitado a su colega del vecino estado de Guerrero como “mediador”, pues éste presumía de gran poder como reconocido cacique que era.
Interfirió entonces Torres Manzo y apartó a Don José Tocavén para decirle que había hecho el viaje para hablar con él.
-Pues aquí estoy. Y ando acá porque así me lo ha indicado el doctor.
-Si, Pepe. ¿Y cómo vas de salud?
-Bien. Usted dice, señor gobernador – Le contestó el periodista, irguiéndose y alzando la cabeza hacia lado izquierdo para mirarlo a los ojos.
-Si, vámonos.
Y nos enfilamos a unos predios donde todo estaba dispuesto para plantar unos árboles.
Allí otra vez las fanfarronerías del “mediador” invitado por Torres Manzo:
-Yo sí soy hombre de campo; sí sé plantar árboles, sembrar; dominar animales brutos. No tengo las manos delicaditas.
¡Órale, pepe, planta uno siquiera…
-Sí, voy a plantarlo, para que al menos quede uno que se desarrolle…
Torres Manzo volvió a intervenir desviando el tema.
De allí nos encaminamos a la finca El Banden, propiedad del Benigno Trejo, cacique regional y presidente municipal de Lázaro Cárdenas -en su primer trienio-.
En la sala dispuesta para el encuentro a solas, el gobernador michoacano dio el pase al director de La Voz de Michoacán. Y, sin dármelo a mí, lo tomé y entré.
Entonces Torres Manzo le pidió el invitado que platicaran solos, en privado.
– Pues él es mi reportero y va a estar aquí, si se quiere que hablemos.
– Ah, está bien, Pepe, como tú digas.
– Pues así va a ser….
Torres Manzo empezó por explicar el porqué de su prolongada ausencia, señalando que era por poner orden en el “tiradero” que habían dejado en la Administración.
(Se sabía que no había recursos, a grado tal que los bancos ya no cambiaban los cheques de los maestros y empleados estatales).
-Pero ya pronto podremos empezar a operar. Se les va a pagar a todos. A ti se te va a pagar lo que se te deba, comprometió el gobernante entrante que había sucedido a José Servando Chávez Hernández, hermano de Ausencio, quien ahora era el Secretario de Gobierno.
De inmediato reaccionó el director de La Voz de Michoacán:
-Pues yo no escribí lo que se publicó en La Voz de Michoacán por reclamar que me paguen. Escribí porque eso es lo que dice la gente: Que si al gobernador no le gusta el cargo; que si se la pasa en España…
-Yo ya estoy acostumbrado a que hasta me balaceen.
– No Pepe, nada de eso. Sólo queremos poner orden, ya pronto se verá.
– Pues que se vea y nosotros estamos para informar lo que se haga, pero también lo que diga el pueblo o lo que no se hace. El lema de nuestro periódico es ser “La Voz del pueblo hecha periódico“.
– Así va a ser, Pepe. Te agradezco que nos hayamos podido ver.
– Sí, yo ya les dije que estar acá es por indicación del médico. Por mi salud. Y no iba yo a ir a exponer mi salud por ir a saludar al gobernador o al Presidente de la República.
– Lo entiendo, Pepe. Te agradezco.
De ahí pasamos al comedor y cesaron los puyazos del gobernador del vecino estado.
Se habló del futuro promisorio que había para la región por el desarrollo portuario y minero. Emporio concebido por el gran visionario que fue el General Lázaro Cárdenas del Río.





